jueves, 15 de noviembre de 2012

Il Prigionero/Suor Angelica



IL PRIGIONIERO
Luigi Dallapiccola (1904-1975)  
SUOR ANGELICA
Giacomo Puccini (1858-1924)

Director musical     Ingo Metzmacher
Director de escena    Lluís Pasqual
Escenógrafo    Paco Azorín
Figurinista    Isidre Prunés
Iluminador     Pascal Mérat
Director del coro    Andrés Máspero
Maestros repetidores    Riccardo Bini, Mack Sawyer
Asistente del director musical    Arnaud Arbet
Asistente del director de escena    Leo Castaldi

Reparto de Il Prigioniero

La madre     Deborah Polaski (soprano)
El prisionero    Vito Priante (bajo-barítono) 
El carcelero / El gran Inquisidor    Donald Kaasch (tenor)
Primer sacerdote    Gerardo López  (tenor)
Segundo sacerdote    David Rubiera (barítono)
        
Reparto de Suor Angelica
Suor Angelica, Veronika Dzhioeva (soprano) 
La tía princesa    Deborah Polaski (soprano)
La abadesa    María Luisa Corbacho (mezzosoprano)
La hermana celadora    Marina Rodríguez-Cusí (mezzosoprano)
La maestra de las novicias    Itxaro Mentxaka (mezzosoprano)
Suor Genovieffa    Auxiliadora Toledano (soprano)
Suor Osmina    Maira Rodríguez* (soprano)
Suor Dolcina    Rossella Cerioni*(soprano)
La hermana enfermera    Anna Tobella (mezzosoprano)
Primera medicante    Sandra Ferrández (soprano)
Segunda medicante    Maite Maruri (soprano)
La novicia    Legipsy Álvarez* (soprano)
Primera conversa    Debora Abramowicz* (soprano)
Segunda conversa    Carolina Muñoz* (mezzosoprano)
Soprano sola    Esther González*

*Miembros del Coro Titular del Teatro Real

Teatro El Real, Madrid 15 Noviembre 2012
    
Argumento Il prioginero

Prólogo

Al abrirse el telón se ve a la Madre junto a su hijo dormido, narrando en voz alta el sueño que tiene todas las noches: una figura terrible avanza hacia ella, sin que pueda hacer nada por evitarlo. Por sus rasgos, el espectro es el rey Felipe II de España, el amo de la Tierra. Al final del sueño, el rostro del rey siempre se transmuta en el de la mismísima muerte.

Acto Único

Mazmorra subterránea del Tribunal del Santo Oficio en Zaragoza. El Prisionero tumbado en un camastro y la Madre junto a él. El hijo le cuenta que días atrás, el Carcelero se había dirigido a él con la dulcísima palabra de “Hermano” y que esa palabra le había dado fuerzas para seguir manteniéndose con vida, a pesar de las innumerables torturas a las que estaba siendo sometido. El Carcelero entra en la mazmorra y la Madre se despide de su hijo, sabiendo ambos que ésa será la última vez que se vean.
En medio del silencio y la soledad, el Carcelero le repite la palabra “Hermano”, añadiendo otra nueva “Espera”. Casi en un susurro, el Carcelero informa al Prisionero que, allá lejos, en Flandes, ha estallado una revuelta y que los Mendigos, surcando los ríos en sus blancos veleros, están liberando una tras otra las ciudades flamencas. El rey Felipe y su Inquisición están retrocediendo ante el avance imparable de las fuerzas liberadoras, y muy pronto se oirán repicar las campanas de Gante anunciando la expulsión de los españoles. Así mismo el Carcelero le dice que hay alguien que vela por él y que la ansiada libertad está cerca. El Prisionero cambia la expresión de su desdichado rostro por otra de iluminada alegría, al haberle devuelto el Carcelero la esperanza.
Una vez que el Carcelero se ha marchado, el Prisionero piensa que ha sufrido una alucinación, pero se sobrepone y dirigiéndose a la puerta de la celda la encuentra abierta. Se arrodilla dando gracias a Dios y pidiéndole que le conceda la fuerza necesaria para escapar de allí. Ha salido de la celda cuando aparece el Verdugo que pasa a su lado sin verlo; sigue avanzando cuando se encuentra con los dos Sacerdotes que también pasan de largo sin advertirlo. Un soplo de aire fresco le indica, en las tinieblas, que la salida está cerca. Cuando logra salir a la oscuridad de la noche, se oye el tañido de las campanas ¡Felipe ha caído!
Al fin libre, el Prisionero sale al exterior exultante de alegría y, en un gesto que es un impulso de amor hacia toda la humanidad, abre los brazos para abrazar a un enorme cedro que preside el centro del patio. Desde detrás del cedro aparecen dos brazos como si quisieran devolverle el abrazo; son los brazos del Inquisidor General, que no es otro sino el Carcelero. Cuando el Inquisidor pronuncia dulcemente la palabra “Hermano”, el Prisionero comprende horrorizado, que la esperanza es la más atroz de todas las torturas que ha sufrido.
La hoguera está preparada, y mientras un coro de monjes reza en latín, el Inquisidor General, su Carcelero, lo anima tiernamente a que se entregue a las llamas para poder así alcanzar la libertad definitiva.




Argumento Suor Angelica

La acción de la obra transcurre en un convento de monjas italiano cerca de Siena en la segunda parte del siglo XVII.

La ópera se abre con escenas que muestran los aspectos típicos de una vida en el convento — todas las hermanas cantan himnos, todo el mundo se reúne para divertirse en el patio. Las hermanas se alegran porque, como explica la maestra de las novicias, esta es la primera de las tres tardes que cada año el sol poniente alcanza a la fuente y vuelve dorado su agua. Este acontecimiento hace que las hermanas recuerden a aquella hermana que ha muerto, Bianca Rosa. La Sor Genoveva sugiere que echen algo del agua dorada sobre su tumba.

Las monjas entonces hablan de sus deseos — hay quien entiende que cualquier deseo está mal, pero Sor Genoveva confiesa que ella desea ver de nuevo corderos debido a que ella solía ser pastora de muchacha, y Sor Dolcina desea algo bueno para comer. Sor Angélica dice que ella no tiene ningún deseo, pero tan pronto como lo dice, las monjas empiezan a cotillear. — Sor Angélica ha mentido, porque su verdadero deseo es saber algo de su familia, rica, noble, de la que ella no ha oído nada en siete años. Según los rumores, la enviaron al convento como un castigo. Sor Angélica vive en un exilio lamentable por órdenes de su familia, que desaprobó su relación extramatrimonial, que trajo como consecuencia un hijo. Ella añora al hijo desconocido y odia a la tía causante de su encierro. Sor Angélica se dedica al cuidado de las flores.
La conversación se ve interrumpida por la hermana Enfermera, quien ruega a Sor Angélica que haga un remedio de hierbas — la especialidad de Sor Angélica. Llegan provisiones al convento, así como noticias de que un gran carruaje está esperando en la parte exterior del convento. Sor Angélica inmediatamente se pone nerviosa y triste, pensando con acierto en que alguien de su familia ha venido a visitarla. La abadesa riñe a Sor Angélica por su inadecuada excitación y luego se marcha a anunciar a la visitante, la princesa, tía de Sor Angélica.

La princesa explica que su otra sobrina, la hermana menor de Sor Angélica, va a contraer matrimonio, algo que era casi impensable tras el escandaloso embarazo de Sor Angélica. Trae consigo un pergamino que Sor Angélica debe firmar renunciando a su herencia. Se trata de un testamento en el que se dividen los bienes de la familia. Sor Angélica replica que ella se ha arrepentido por su pecado, pero que hay una cosa que no puede ofrecer en sacrificio a la Virgen, ella no puede olvidar la memoria de su hijo ilegítimo que le quitaron hace siete años. La princesa rechaza hablar, pero finalmente tiene palabras inmisericordes para su sobrina: su hijo murió de fiebre hace dos años. Sor Angélica, desolada, firma el documento y se desmaya, entre lágrimas. La princesa se marcha.

A solas, en las sombras del atardecer, evoca tiernamente a su hijito en una desolada plegaria. Se ve atrapada por una visión celestial — cree oír a su hijo llamándola para encontrarlo en el Paraíso.
En un momento de exaltación, se hace una poción y la bebe, pero al darse cuenta que ha cometido suicidio, y que por ser un pecado mortal no podrá ver a su hijo en el más allá, presa de arrepentimiento, pide clemencia a la Virgen y, cuando muere, ve un milagro: todo lo que la rodea se transforma en una visión mística y consoladora, coronada por la presencia de la Virgen María y de su propio hijo, que se llevan a la monja al cielo.



Mb

30 años separan las 2 obras, y las 2 tratan el tema de la reclusión. En el caso de la primera, política y en la segunda, religiosa. Me ha gustado mucho más Suor Angelica que Il Prigionero. Al final, Puccini es Puccini y me ha provocado esa sensación del vello de punta en el Senza mamma. Muy bien interpretado. Aquí dejo una versión de otra soprano, Miriam Gauci.











 

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