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El Museo Nacional de Antropología es el primer museo
antropológico que se crea en España y tiene su origen en la iniciativa del
médico segoviano Pedro González de Velasco (finales del s.XIX), que quiso crear
un museo donde dar albergue definitivo a sus variadas colecciones, siguiendo el
modelo del Museo Británico de Londres. A la muerte del Doctor Velasco en 1882
el Estado compró las colecciones y el edificio; a estas colecciones
originarias, se han ido añadiendo muchas otras fruto de expediciones, viajes,
donaciones, compras, etc.
El edificio fue diseñado
y construido entre 1873 y 1875 por Francisco de Cubas, marqués de Cubas, en la
antigua casa y museo del doctor Pedro González de Velasco. Fue declarado Bien
de Interés Cultural en 1962.
El Museo Nacional de Antropología ofrece una
visión global de la cultura de diferentes pueblos y asimismo establece las
semejanzas o diferencias culturales que les unen o separan para poner de
manifiesto la riqueza y diversidad de las culturas existentes a lo largo del
mundo, para favorecer la comprensión intercultural y promover la tolerancia
hacia otros pueblos y otras culturas.
El gigante extremeño
Vivo o muerto, en el siglo XIX o en el XXI, vestido de pie o
en la yacente desnudez de sus huesos, Agustín Luengo Capilla siempre fue un
hombre asombroso, un gigantón que paseaba entre caras de sorpresa sus 235
centímetros de altura (veinte más que Gasol) por aquella España decimonónica de
gentes pequeñitas, donde la talla media rondaba el 1,60 (hoy, es de 1,73).
Cuentan de Agustín, que nació en 1849 en la Puebla de Alcocer (Badajoz) y murió
26 años después en Madrid, que en su casa tuvieron que abrir un butrón en la
pared para que pudiera dormir con las piernas totalmente estiradas. También
cuentan que en aquella España pueblerina que se reía de las malformaciones (y
pagaba por verlas), el amigo Agustín se ganaba la vida en uno de aquellos
circos de monstruos con enanos, mujeres barbudas y hombres elefantes, tan del
(mal) gusto de la época. Su número, que se anunciaba como una de las mayores
atracciones, consistía básicamente en mostrarse tal cual era y pasear bien
cerca del público para que niños, mujeres y hombres se deleitaran con su
anatomía exagerada. El momento cumbre de la función llegaba cuando, como el que
se esconde dos monedas, Agustín ocultaba en sus descomunales manos un par de
panes redondos de kilo y medio cada uno. Puede que los aplausos que retumbaban
bajo la lona aliviaran el terrible dolor físico de aquellos huesos hundidos
bajo el peso de un cuerpo desproporcionado. O puede que quizá le resultaran
humillantes socavando aún más su autoestima. Nunca lo sabremos.
Lo cierto es que gracias al éxito de sus exhibiciones
circenses, la fama del gigante Agustín (un caso claro de acromegalia, un
trastorno causado por un tumor que dispara la producción de la hormona del
crecimiento) llegó a oídos del doctor Pedro González de Velasco, catedrático de
Anatomía de la Universidad de Madrid, que impresionado por las peculiaridades y
rareza antropológica de aquel esqueleto, hizo a Agustín una oferta que no pudo
rechazar. Le compraría su cuerpo en vida a cambio de una renta de 3.000
pesetas, una fortuna en aquella época, equivalente al salario medio de ocho
años. Agustín recibiría 2,50 pesetas al día mientras viviese y a su muerte, su
cuerpo pasaría a una especie de museo anatómico que por aquellos años, González
de Velasco estaba montando en su propia casa del barrio de Atocha. Digamos, de
paso, que el doctor era un personaje singular.
Hijo de un humilde matrimonio de labradores segovianos, se
forjó una brillante trayectoria profesional sin renunciar a su obsesión de
recuperar cadáveres para la enseñanza de la Medicina. El reconocido galeno
invirtió todos sus ahorros en la construcción del edificio del museo (que fue
su vivienda habitual y donde murió en 1882) y allí fundó en 1875 el Museo
Nacional de Antropología, en cuya sala principal reposan los restos del que
todos conocen como El Gigante Extremeño, que no es otro que Agustín Luengo
Capilla, quien, por cierto, no pudo disfrutar de aquella suculenta renta
vitalicia pues murió al poco de tiempo.
Ni que decir tiene que el colosal esqueleto es la pieza más
admirada por los más de 40.000 visitantes que recibe el Museo cada año.